martes, 5 de mayo de 2020

LA LEY CANNABIS, UNA POLÍTICA FAVORABLE A LA INDUSTRIA FARMACÉUTICA


Un acontecimiento político para el país se concretará en el instante en que el Presidente Juan Manuel Santos firme el Decreto “Uso de Cannabis con fines médicos y científicos”. Al menos así podemos percibirlo los colombianos que desde siempre hemos visto, no sin asombro en muchos casos, cómo la marihuana suele despertar dogmatismos.



Sea este acontecimiento, cada día más cercano, una oportunidad para observar entrelíneas la problemática política asociada a esta planta considerada sanadora entre comunidades ancestrales.
Para darle un punto de partida a esta observación, recordemos que en 1968 empezó a operar la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes – JIFE[i], órgano encargado del seguimiento a la aplicación de los tratados de fiscalización internacional de drogas, según lo estableció la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes.[ii] Es un buen inicio para evitar la reseña de la “Resolución 689” emitida el 28  de julio de 1958 por el Consejo Económico y Social de la ONU, y que da cuenta de las primeras recomendaciones relacionadas con la fiscalización de estupefacientes. Además, 1968 es un número que resuena en el imaginario histórico cargado de una serie de ilusiones y esperanzas ajenas; aquella “época instruida” en la que Allen Ginsberg prendía la calefacción y se sentaba a ver pasar a los yonquis.
Quienes consideran que la prohibición de las sustancias que dejan estupefacto a quien las consume está basada en el prejuicio desconocen información que conviene actualizar: por ejemplo que a principios del siglo xx el 25% de los hombres chinos eran adictos al opio que los ingleses les llevaban de India, situación que motivó la convención de Shangai. De allí se sabe que estas sustancias “representan una grave amenaza para la salud y el bienestar de los seres humanos, y menoscaban las bases económicas, culturales y políticas de la sociedad”; así se afirmó en la Convención de 1988.
Al crear la JIFE, la estrategia de combate al uso indebido de drogas entró a operar en la forma que hoy conocemos y que combina dos grandes ejes de acción; uno de ellos limita exclusivamente a fines de orden medicinal la posesión, el uso, el intercambio, la distribución, la importación, la exportación, la fabricación y la producción de las drogas. Este eje nos interesa; porque permite notar que el Decreto, cuya redacción final ya está lista, no es ajeno a lo previsto desde entonces.
No deberían alarmarse las personas que se preocupan por la salud física y moral de la humanidad ante la formalización de una política prevista por ellos mismos; y exceden su optimismo quienes creen que lo que está en discusión es la despenalización de la marihuana en Colombia. El Gobierno ha sido enfático en que lo que se busca es “legalizar el cultivo y la transformación del cannabis como insumo exclusivo para productos medicinales y científicos”. Conviene leer la oración completa; no solo la parte que estimula nuestros deseos, que es la misma para los detractores y para los optimistas.
El decreto que se firmará en Colombia no es semejante a las políticas que recientemente se fijaron en Uruguay, Colorado, Washington, Alaska y Puerto Rico; contextos en los cuales se abrió paso al uso recreativo de la hierba; lo único que comparte con estos hitos históricos es que también toma en cuenta los resultados de investigación incluidos en el catálogo de publicaciones del Consorcio Internacional sobre Políticas de Drogas (IDPC), red mundial creada en 2007 y que, dado el escaso impacto de la guerra contra las drogas, se ha dedicado a promover el debate abierto y objetivo sobre el sentido y la eficacia de las políticas de drogas con el fin de concebir una reglamentación que, basada en la evidencia científica, reduzca efectivamente el daño que estas sustancias ocasionan.
La Junta y el Consorcio no son entidades del todo antagónicas: persiguen el mismo objetivo, solo que confían en estrategias diferentes. Nuestro decreto tal vez llegue a ser un interesante ejemplo de transición entre las convicciones que han sustentado a la Junta y las oportunidades que intuye el Consorcio respaldado en investigaciones que, por ejemplo, prueban las propiedades terapéuticas del cannabidiol – CDB (alivia el dolor, es antiinflamatorio, no es sedante, no intoxica), el tetrahidrocannabivarín – THCV (antidiabético relativo),  el cannabigerol – CBG (para el cáncer de próstata) y el cannabidivarín – CBDV (para la epilepsia).
El desarrollo farmacéutico de estas y otras hipótesis hace necesaria la regulación que está por firmarse. Además, constituye una posible oportunidad de negocio digna de consideración en estos momentos en los que la industria energética que sustenta la economía nacional atraviesa la crisis de la que ya todos somos conscientes.



[i] La JIFE (International Narcotics Control Board – INCB) integra lo que antes fue el Órgano de Fiscalización de Estupefacientes (creado a partir de la Convención para limitar la fabricación y reglamentar la distribución de estupefacientes de 1931) y el Comité Central Permanente de Estupefacientes (creado a partir de la Convención Internacional del Opio de 1925). Sus 13 miembros son elegidos por el Consejo Económico y Social de la ONU y ejercen sus funciones con total independencia respecto de sus gobiernos. Uno de sus miembros actuales es el profesor colombo estadounidense Francisco E. Thoumi quien dirigió el Centro de Estudios y Observatorio de Drogas y Delitos (CEODD) del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario desde agosto de 2004 hasta finales de 2007.
[ii] La Convención sobre Sustancias Sicotrópicas de 1971 y la Convención contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas de 1988 han actualizado las determinaciones fijadas allí; en abril de 2016 se realizará la Sesión Especial de la Asamblea General de Naciones Unidas sobre Drogas.

"Todo comenzó por el fin”. Cuando la obra de arte es la vida


El sábado pasado volví al cine. Medio día, un documental de más de tres horas. Ningún director consciente correría ese riesgo sin tener en sus manos la mejor jugada posible. Y así es, Luís Ospina se salió con la suya. El adjetivo “magistral” se justifica: el tiempo se pasó volando, no hay escena de más, no hay una toma que no aporte; cada detalle contribuye al objetivo. Una labor impecable.
Me llama especialmente la atención la familiaridad declarada, en el documental, entre la búsqueda de los cineastas caleños y la estética estadounidense que bien podría condensarse en la frase de Warhol: “mi obra de arte soy yo mismo”. Despierta mi interés porque realmente existe un límite vital en el que esa frase trasciende su egocentrismo aparente; hay un momento en que ese manifiesto se eleva hasta las dimensiones del yo poético y Luís Ospina alcanza en y con su documental ese momento. Apoyado en los hombros de sus compadres, corona el esfuerzo de todos con una obra de arte conmovedora: preciosa.
Son muchos los motivos de satisfacción que puede experimentar quien tenga la oportunidad de ver esa película. He de confesar que aunque he leído al menos dos veces la novela de Andrés Caicedo, solo después de ver el documental pude comprenderla en su tiempo, en ese mundo que la hace obra; al finalizar el documental pude concebir el peso específico de aquella novela en el campo general de la narrativa colombiana; incluso, su lugar en la Literatura.
También está la cuestión del guión en el ámbito especial del cine documental. Esa fascinación que supone el hecho de que una cosa es lo que está previsto en el guión y otra lo que dicta la realidad documentada; la tensión entre lo que se piensa y lo que es, ya lo verán sus espectadores, cumple la función de la cuerda que sustenta el ritmo de la obra y nos mantiene despiertos, atentos, fascinados.
Para los alcahuetes del amantazgo entre el cine y la literatura, sin duda, esta pieza provee todos los argumentos. Cada uno por su lado funciona; pero cuando están juntos y hacen el amor pueden desencadenar esos procesos históricos que ni siquiera la guerra consigue acallar. Vuelvo mi memoria a los contenidos del documental y me pregunto de dónde esta certeza mía sobre la presencia persistente de la literatura; y es que el espíritu de Caicedo atraviesa no solo toda la película, sino que es la marca que aglutina a la comunidad documentada; más que un grupo de amigos, el Grupo de Cali es una comunidad sustentada en la ausencia de Andrés Caicedo. Eso es la Literatura; la más poderosa fuerza aglutinante de una comunidad. Por eso quienes la desconocen le temen. Y también por ahí está la clave de la obra de Caicedo. Presiento que la historia de Que viva la música encuentra en el documental de Ospina un nuevo lente desde el cual ser leída.
Por ese mismo camino identifiqué también una exaltación al vínculo entre la búsqueda del arte moderno y los estudios culturales. Ese profundo apego a la cotidianidad me hizo recordar la frase título de Raymond Williams “Culture is Ordinary”. Este documental reitera con plena convicción la diferencia entre la “cultura” y los “medios oficiales”. Esto es más profundo que un tema de valentía o de ironía o de mofa o de irreverencia; se trata de una certeza poética, contundente: los medios oficiales no suelen hacer cultura; por lo regular, la obstruyen.
En 1912, Kandinsky escribía: “todo movimiento progresivo y ascendente debe realizarse con el sudor de la frente, con sufrimientos, malos momentos y penas”. La tensión que identificaba entonces el artista ruso era precisamente esta. El Grupo de Cali produjo cultura mediante un esfuerzo vehemente que logró transgredir los obstáculos que los medios oficiales han mantenido con persistente firmeza. El proyecto estético de apropiación de la realidad, para depurarla y darle forma, implica entrar en ella, sumergirse en ella, palparla, olerla, tragarla… Pero no para ahí. No sin esfuerzo llegó Mayolo a adquirir la apariencia del gran protagonista de la historia; fue él quien logró hacer en la televisión (una industria tan compleja y comprometedora), literalmente, lo que le vino en gana.
Cada cual hizo su aporte, Caicedo fue a la vanguardia y dio su vida para cohesionar el equipo, para mostrarles la magnitud de las fuerzas de sus oponentes; Mayolo, seductor y apasionado creador, conquistó la victoria. Ospina corona el éxito de la labor realizada. Una triada heroica, obligada a fabricar sus propios monumentos.
Lo que más me gusta del título es que se puede entender de diversas maneras y que encuentro en su fondo cierto deseo de eternidad: ¿cuál fin?, cuando el fin es el comienzo, ¿existe fin?
Documental 'Todo comenzó por el fin' de Luis Ospina | Señal Colombia


sábado, 25 de abril de 2020

“La habitación”, una metáfora inconclusa

Pese a que la historia contada es aterradora, la película es bella: trata la problemática con escenas sutiles, en series dispuestas cuidadosamente. Su poética no se concentra en el diseño de personajes; de hecho, muchos apenas quedan esbozados. Esta película dirigida por Lenny Abrahamson y escrita por Emma Donoghue parece más basada en sistemas de tensiones que desencadenan decisiones y actos concretos. Vista así, se identifican con claridad dos partes en su desarrollo; es decir, dos sistemas de tensiones narrativas muy diferentes.

La primera ocurre en un espacio cerrado, al que acceden tres factores: la luz que entra por una claraboya, un ratón y el secuestrador. Comprender la obra en toda su riqueza le exige al espectador que permanezca atento al simbolismo que adquieren estos factores en sus relaciones con los personajes que viven allí; los protagonistas: una mamá (“ma” Brie Larson) y su hijo (“Jack” Jacob Tremblay). Ella fue secuestrada, algo más de seis años atrás, él nació ahí y su mundo durante cinco años ha sido esa habitación. Ahí empieza la película. Primero, la mamá le tiene que explicar que el mundo que aprendió hasta entonces fue una invención y que ese espacio que han compartido es solo el principio de algo más, de otra cosa. De donde surge la resistencia a dejar una concepción del mundo y sustituirla por otra.

En este sentido, se puede leer entrelíneas un guiño de esta película a la realidad de nuestro país en este momento; en cuanto que, para superar un conflicto del que nos sentimos “naturalmente” parte, estamos en la necesidad de reconfigurar la idea que tenemos del mundo. La costumbre será nuestro principal obstáculo. 

La mamá logra que el niño entienda que están encerrados y deben huir; para lo cual, planea una ingeniosa estrategia. La ejecución del plan es emocionante. Un mundo resplandeciente impacta al niño hasta el aturdimiento. Lo que sucede en adelante es la segunda parte.

¿Cómo encarar un proceso de resiliencia ante tan compleja experiencia? ¿Quiénes requieren realizar ese proceso? Aquí está la razón por la que una poética del diseño de personajes resultaría inadecuada: no se trata de un conflicto de individualidades; el secuestrador es una herida en la sociedad, la educación en la solidaridad que recibió la secuestrada de parte de su familia la hizo vulnerable; en consecuencia, los padres de la secuestrada tendrán que renunciar a sus prejuicios para asimilar de nuevo a su hija transformada y a su nieto; todos tendrán que resistir al supuesto saber de la industria mediática –vendedores de espectáculo y consumidores de emociones ajenas– que en aras de saciar su modelo de negocio genera morbo y culpas bajo un hipócrita disfraz de objetividad noticiosa. Además, el niño y la madre tendrán que emprender tardíamente algunas etapas de consolidación emocional que el secuestro que compartieron ha obstruido. 

Ahí está el fondo de la metáfora que transforma la anécdota en obra de arte. Ya que este proceso de escisión y de construcción de identidades autónomas (de la madre y del hijo) es universal. Solo que en el caso narrado la simbiosis alcanza unas dimensiones extremas. Es en ese proceso que aparecen las fallas de la obra; porque la metáfora queda inconclusa. Contrario a la necesaria desarticulación de la extrema interdependencia generada, esta resulta concebida como “el amor sin límites” entre la madre y el hijo. Se agrupan aquí debilidades que también justifican ver la peli. 

En términos de género la historia destaca valores femeninos y resalta los rasgos machistas que se esparcen por el mundo de una manera aterradora, pero no al extremo que la película acaba por mostrarlos. Del secuestrador, nada qué decir: “no es nuestro amigo”, como le dice “ma” a “Jack” en algún momento. De la pareja de policías, solo ella se muestra genial: hace las preguntas certeras, las suficientes (o menos) para resolver el delito en todos sus detalles. El abuelo del niño, padre de la secuestrada, resulta incapaz de deconstruir sus prejuicios. Al doctor, que hace un trabajo adecuado, no se le permite desarrollar un proceso. Y de la nueva pareja de la abuela, cuya riqueza se sugiere grandiosa, se aprovecha muy poco.

En conclusión, la película permite describir la problemática con admirable rigor; pero no logra solucionarla. Se queda corta. La metáfora filosófica que relaciona el prolongado secuestro de los personajes con la relación simbiótica entre madre e hijo resulta apenas como una intuición de la que los realizadores, al parecer, no lograron tomar plena conciencia.

El copyright de la imagen pertenece a su autor o  a su productora/distribuidora.

El documental sobre Janis Joplin

Cómo (y para qué) transformar a una persona talentosa en un personaje decadente


Además de interesarme en la “minuciosa” manera en que Amy J. Berg construyó un particular retrato de la mujer blanca que con una emotividad desbordada cantaba blues en los 60’, la estrategia de marketing mediante la cual la industria cultural colombiana puso a circular esta película entre nosotros también llamó mi atención. En este artículo de corte crítico compartiré algunas curiosidades de la relación entre el contenido de la obra, su composición y su puesta a disposición del público. 

Dos horas antes de llegar al teatro tuve que sopesar si iría a ver la película o si seguía dedicado a mis asuntos. Dos fuerzas iniciales me presionaban a ir: una amiga muy querida, que en ese momento me llamó a invitarme, había comprado boletas para ella y un pequeño grupo de personas que –contando con nuestra afinidad política y nuestro modo de interesarnos por la cultura– ella supuso que tendríamos motivos para verla; su idea era compartir un momento con el ánimo de celebrar cierta situación que no viene al caso. Por otra parte, Janis Joplin es un elemento específico en un momento de la historia del arte que hace parte de mis intereses académicos inmediatos. 


Cuando le pregunté a mi amiga porqué había elegido esa peli, me respondió: “Janis es un «símbolo femenino de la contracultura de los 60’»; además, en la página web decía «Función única»”; después vi que la primera razón también era argumento publicitario. Estos argumentos de por sí no me resultaron convincentes; y tiene sentido, hoy noté un cambio en la publicidad: el número singular de “Función única” se transformó en plural; o sea que esta expresión fue interpretada por los estrategas de marketing con la libertad discursiva usual en el medio. Sin embargo, en mi pensamiento surgieron preguntas cuyo trámite se tornó irresistible: ¿qué es lo que en este contexto llaman un “símbolo femenino”? y, sobre todo, ¿por qué asignarle a Janis el rótulo de “contracultura de los 60’”? Además, me puse a pensar ¿qué interés puede haber hoy en divulgar cierta visión de la vida de un personaje considerado underground? 


Todos llegamos puntuales. Las luces se apagan; empieza la función. La composición del documental está basada en los recursos técnicos que más han impactado en el género: la sensación de polifonía en la administración de las fuentes y el aprovechamiento de material inédito traído de la época. Por medio de estos recursos, efectivamente, se documenta la configuración de un “símbolo femenino”. Para ello, acude a las tácticas ya prescritas en cualquier taller de escritura creativa (de estilo norteamericano): “Admiramos más a un personaje por lo que intenta que por lo que consigue”, es la primera regla de escritura de Estudios Pixar. La idea principal: persuadir al espectador hacia una sensación de realismo prácticamente incuestionable. Al final de la película queda uno deslumbrado… ¿Ahora que vamos a hacer con esta historia?, le pregunté al grupo de amigos cuando se encendieron las luces de la sala. 

Obediente en extremo, en su composición de un símbolo femenino, Amy Berg sitúa como principio estético el énfasis en lo intentado por la talentosa cantante, hasta omitir lo que realmente alcanzó. De hecho, pareciera que no alcanzó gran cosa; y que su máximo logro, en el plano artístico, se concretó justo cuando ya ella había “decidido irse”. De esta manera, se supone que se desmitifica la “leyenda” y se reduce a su “condición humana”. Un momento crucial en la desmitificación se da al situar una escena en la que Janis se refiere a una de sus parejas como alguien que la amó, justo antes de otra en la que ese mismo hombre, hoy canoso, afirma todo lo contrario. Esta marca discursiva ubica al espectador ante el abismo que separa a la leyenda –vista desde sí misma– de la mujer real –vista desde el otro–. Paradójico giro documental: ¿la leyenda es lo que alguien piensa de sí y lo real es lo que percibe el otro? 

En defensa de Janis, cuya vida aporta el contenido a la obra cinematográfica, considero justo señalar que me pareció valiente al decidir suspender su adicción cuando el arte encarnó el reclamo en su propio cuerpo; y, pese a que su producción musical no hace parte de mis costumbres ni de mis gustos, es evidente que sí logró una obra satisfactoria para ella misma como resultado de esa decisión. Contrario a la regla Pixar, eso es lo que más admiro en aquella artista luego de haber visto la película; incluso es posible que un día googlee ese sencillo y lo escuche detenidamente. Además, sospecho que la causa de su fatalidad no fue la adicción que incorporó a sus costumbres, sino la soledad que antecedió esa elección y persistió a ella hasta el último momento. 

En cuanto a la cuestión sobre el vínculo entre Janis y la contracultura, yo creería que es esa soledad lo que la sitúa ahí; una soledad que obedece a su singularidad: una mujer blanca que encontró en el blues la posibilidad expresiva adecuada a su emotividad. Aunque la película parece más inclinada a afirmar que la heroína está entre los peores enemigos del talento artístico: le reduce posibilidades de ganar el prestigio que merece.

El impactante contraste entre cánones de belleza radicalmente distintos, que se atreve a desarrollar la propuesta publicitaria del portal de Cine Colombia para ofrecer sus productos, contribuye a la construcción de lo que ellos denominan un “símbolo femenino”.

martes, 1 de enero de 2019

SI CON PETRO LLOVÍA, CON PEÑALOSA NO ESCAMPA

En estos días de polarización política visceral resulta imprescindible sustraerse a esa tendencia fácil de quienes se limitan a aplaudir a los suyos o escupir a los otros, incurriendo, estos y aquellos, en una seria irresponsabilidad ciudadana. Esto es lo que se intenta aquí: ver cómo, una vez más, los ciudadanos quedamos en medio de una batalla campal entre dos bandos que ni siquiera sumándolos generarían una mayoría objetiva.


Casi no se ve el ciudadano; pero ahí está representado en la pancarta, consumiendo cemento, junto al bus del SITP.

De esta situación, como ciudadano sin más, surge mi inquietud, mi molestia, esta sensación de que no importa en últimas de cuál color vista su discurso el gobernante en ejercicio, en todo caso el turbulento devenir político de la ciudad cada día desconoce más y más a los ciudadanos. Por esa razón me di a la tarea de buscar hacerme una idea medianamente sopesada sobre la manera como en el proyecto de gobierno actual y en el anterior se concibe el sistema “ciudad-ciudadanía-ciudadano”. ¿”Bogotá humana” gobernó para la ciudadanía? ¿”Bogotá mejor para todos” se refiere a “todos” los ciudadanos? ¿Será que en ese eslogan, como dice la RAE, “todos son unos”?

No en pocas ocasiones tuve noticia de gestos administrativos que resultaban irónicos en el núcleo mismo de la llamada Bogotá “Humana”. El argumento con el que los petristas se justificaban era que sólo se obedecía el dictado de las más modernas tecnologías administrativas; y uno, ciudadano sin más, piensa: bueno, tal vez tengan alguna razón, pero la paradoja tecnología-humanidad, en últimas, lo que dejaba al margen era precisamente la ciudadanía. Y es que un ciudadano resulta anecdótico al compararlo con la trascendencia inmaterial de la “Humanidad”. En este sentido, la lógica del bien común como prioridad sobre el particular puede convertirse en una trampa; y sospecho que en ella cayó, no pocas veces, el sueño de la razón petrista.

Ahora, escuchar al actual señor Alcalde, por ejemplo cuando lo entrevistó Yamid Amad, por momentos resulta impresionante. Mientras lo escuchaba, mi memoria traía recuerdos del “Retablo de las maravillas” de Cervantes: “Pues doite por aviso, Chanfalla, que el Gobernador es poeta”. La mirada le brilla mientras señala al frente todo ese futuro de cemento que el ve en donde nadie más. Pero más impresionante que el Alcalde, es el periodista… “Usted habla como candidato”, le dice, para luego reorientar su intervención: “pero ahora está haciendo realidad su sueño”. ¿Ah?

Se diría que Peñalosa aprendió la moraleja de la película de Ciro Guerra: que el enfermo espíritu blanco… “solo aprendiendo a soñar podía salvarse”. Pero, temo que Peñalosa y Karamakate usan la misma palabra para nombrar cosas distintas. Es más, me parece que la particular manera como el señor Alcalde sueña es prueba de la necesidad urgente que tiene de aprender a soñar: no se trata de soñar por soñar; hay que saber soñar. Porque dedicarse a atender las necesidades de la Bogotá de dentro de 40 años puede generar pérdidas difíciles de estimar, teniendo en cuenta que está pensando, desde ahora, por más de diez gobernantes futuros que bien pueden dedicarse a hacer lo mismo que él con su antecesor. Tampoco quiero decir que administrar sea una labor que se deba desentender del futuro; pero, uno piensa ¿qué tanto compromiso tiene con el futuro, con el derecho intergeneracional, una persona que al ver la reserva ambiental diseñada bajo esos preceptos, apenas si percibe una maqueta llena de potreros con unas cuantas vacas? No sé si es por el derroche en bolardos y losas quebradas que yo veo a Peñalosa y me parece que transpira cemento. Uno lo escucha hablar y siente que él no es de este mundo, él no ve lo que todos los demás, él ve cemento aquí, cemento allá… De hecho, es evidente que para Peñalosa las palabras cemento y desarrollo son idénticas. Él no usa talcos, ¡usa cemento!

Y sí, exagero; pero, lo que quiero decir es que Peñalosa piensa en la ciudad como una porción de tierra, o de cemento. La piensa como un arquitecto experto en sustituir potreros por edificaciones; de tal manera que todo aquello que no es una edificación, es un potrero. Me imagino su éxtasis creativo cuando vio el documental Colombia, Magia Salvaje. Debió pensar: “¡Por Mefisto!, ¡qué potrero infinito! Dame mil vidas para poder pavimentarlo”. Al final de la entrevista, yo pensaba: ¿qué es un ciudadano para el señor Alcalde?, ¿el muñequito de plástico que pone y quita en su maqueta? Bueno, hay muñecos de muñecos. ¿Lo que tienen en común es que necesitan dónde vivir? No. Los muñequitos que caben en Ciudad Peñalosa son los que tienen con qué comprarle. ¿Los demás? Ciudadanos no son. Encarcelarlos; ¡para que produzcan!, dirá él, en su delirio.

Entonces, entendí: para Peñalosa, un ciudadano es un usuario de la ciudad que él ofrece; un cliente potencial de su retablo maravilloso. Y vuelve y juega: los sueños de la razón, en este caso la de Peñalosa, producen monstruos. No me parecen tan diferentes, en el fondo, los tecnócratas; sean de izquierda o sean de derecha. Y los del centro… La misma vaina: con su esquizofrenia crónica y legalizada, cuando dicen esto, hacen aquello.

La idea de cultura ciudadana, hay que decir que solo genera una gran confusión. Como política pública es vital. Lamentablemente ni siquiera el mismo Mockus fue leal a la idea que en su gobierno conocimos. Se convirtió en una manera de invertir menos en atención a los usuarios y afianzó la transformación del ciudadano en un cliente. Un cliente dócil. Un cliente obligado a consumir lo que por voto se estableció para él… Media hora esperando un articulado, buses con sobrecupo, estaciones asfixiantes… Protestar al respecto equivale a ser petrista, lo que es sinónimo de “incultura ciudadana”… Me da pena escribir esta barbaridad, pero así lo dicen.

En la escuela aprendí que votar era el acto simbólico de la ciudadanía; nunca he dejado de hacerlo. Siempre convencido de que de esa manera renuevo mi pacto con el Estado. Pero empiezo a creer que el Estado se desdibuja y también mi ingenua idea de ciudadanía. Desde principios de siglo la democracia es otra cosa; nada qué ver con su etimología clásica. De ahí, hoy, la ciudadanía a nadie importa y casi nadie tiene claridad sobre lo que sea. No es para nada extraño que en los programas de Gobierno constituya un concepto dependiente de otros: en el gobierno de Petro la ciudadanía era una manifestación transitoria de la humanidad eterna; mientras que en el de Peñalosa es la masa de cuerpos más o menos pensantes, alegres todos, eso sí, que cómodamente consumen cemento.