El sábado pasado volví al cine. Medio día, un
documental de más de tres horas. Ningún director consciente correría ese riesgo
sin tener en sus manos la mejor jugada posible. Y así es, Luís Ospina se salió
con la suya. El adjetivo “magistral” se justifica: el tiempo se pasó volando,
no hay escena de más, no hay una toma que no aporte; cada detalle contribuye al
objetivo. Una labor impecable.
Me llama especialmente la atención la
familiaridad declarada, en el documental, entre la búsqueda de los cineastas
caleños y la estética estadounidense que bien podría condensarse en la frase de
Warhol: “mi obra de arte soy yo mismo”. Despierta mi interés porque realmente
existe un límite vital en el que esa frase trasciende su egocentrismo aparente;
hay un momento en que ese manifiesto se eleva hasta las dimensiones del yo
poético y Luís Ospina alcanza en y con su documental ese momento. Apoyado en
los hombros de sus compadres, corona el esfuerzo de todos con una obra de arte
conmovedora: preciosa.
Son muchos los motivos de satisfacción que
puede experimentar quien tenga la oportunidad de ver esa película. He de
confesar que aunque he leído al menos dos veces la novela de Andrés Caicedo,
solo después de ver el documental pude comprenderla en su tiempo, en ese mundo
que la hace obra; al finalizar el documental pude concebir el peso específico de
aquella novela en el campo general de la narrativa colombiana; incluso, su
lugar en la Literatura.
También está la cuestión del guión en el ámbito
especial del cine documental. Esa fascinación que supone el hecho de que una
cosa es lo que está previsto en el guión y otra lo que dicta la realidad
documentada; la tensión entre lo que se piensa y lo que es, ya lo verán sus
espectadores, cumple la función de la cuerda que sustenta el ritmo de la obra y
nos mantiene despiertos, atentos, fascinados.
Para los alcahuetes del amantazgo entre el cine
y la literatura, sin duda, esta pieza provee todos los argumentos. Cada uno por
su lado funciona; pero cuando están juntos y hacen el amor pueden desencadenar
esos procesos históricos que ni siquiera la guerra consigue acallar. Vuelvo mi
memoria a los contenidos del documental y me pregunto de dónde esta certeza mía
sobre la presencia persistente de la literatura; y es que el espíritu de
Caicedo atraviesa no solo toda la película, sino que es la marca que aglutina a
la comunidad documentada; más que un grupo de amigos, el Grupo de Cali es una
comunidad sustentada en la ausencia de Andrés Caicedo. Eso es la Literatura; la
más poderosa fuerza aglutinante de una comunidad. Por eso quienes la desconocen
le temen. Y también por ahí está la clave de la obra de Caicedo. Presiento que
la historia de Que viva la música
encuentra en el documental de Ospina un nuevo lente desde el cual ser leída.
Por ese mismo camino identifiqué también una
exaltación al vínculo entre la búsqueda del arte moderno y los estudios
culturales. Ese profundo apego a la cotidianidad me hizo recordar la frase
título de Raymond Williams “Culture is Ordinary”. Este documental reitera con
plena convicción la diferencia entre la “cultura” y los “medios oficiales”. Esto
es más profundo que un tema de valentía o de ironía o de mofa o de
irreverencia; se trata de una certeza poética, contundente: los medios
oficiales no suelen hacer cultura; por lo regular, la obstruyen.
En 1912, Kandinsky escribía: “todo movimiento
progresivo y ascendente debe realizarse con el sudor de la frente, con
sufrimientos, malos momentos y penas”. La tensión que identificaba entonces el
artista ruso era precisamente esta. El Grupo de Cali produjo cultura mediante
un esfuerzo vehemente que logró transgredir los obstáculos que los medios
oficiales han mantenido con persistente firmeza. El proyecto estético de
apropiación de la realidad, para depurarla y darle forma, implica entrar en
ella, sumergirse en ella, palparla, olerla, tragarla… Pero no para ahí. No sin
esfuerzo llegó Mayolo a adquirir la apariencia del gran protagonista de la
historia; fue él quien logró hacer en la televisión (una industria tan compleja
y comprometedora), literalmente, lo que le vino en gana.
Cada cual hizo su aporte, Caicedo fue a la
vanguardia y dio su vida para cohesionar el equipo, para mostrarles la magnitud
de las fuerzas de sus oponentes; Mayolo, seductor y apasionado creador,
conquistó la victoria. Ospina corona el éxito de la labor realizada. Una triada
heroica, obligada a fabricar sus propios monumentos.
Lo que más me gusta del título es que se puede
entender de diversas maneras y que encuentro en su fondo cierto deseo de
eternidad: ¿cuál fin?, cuando el fin es el comienzo, ¿existe fin?
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