martes, 5 de mayo de 2020

LA LEY CANNABIS, UNA POLÍTICA FAVORABLE A LA INDUSTRIA FARMACÉUTICA


Un acontecimiento político para el país se concretará en el instante en que el Presidente Juan Manuel Santos firme el Decreto “Uso de Cannabis con fines médicos y científicos”. Al menos así podemos percibirlo los colombianos que desde siempre hemos visto, no sin asombro en muchos casos, cómo la marihuana suele despertar dogmatismos.



Sea este acontecimiento, cada día más cercano, una oportunidad para observar entrelíneas la problemática política asociada a esta planta considerada sanadora entre comunidades ancestrales.
Para darle un punto de partida a esta observación, recordemos que en 1968 empezó a operar la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes – JIFE[i], órgano encargado del seguimiento a la aplicación de los tratados de fiscalización internacional de drogas, según lo estableció la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes.[ii] Es un buen inicio para evitar la reseña de la “Resolución 689” emitida el 28  de julio de 1958 por el Consejo Económico y Social de la ONU, y que da cuenta de las primeras recomendaciones relacionadas con la fiscalización de estupefacientes. Además, 1968 es un número que resuena en el imaginario histórico cargado de una serie de ilusiones y esperanzas ajenas; aquella “época instruida” en la que Allen Ginsberg prendía la calefacción y se sentaba a ver pasar a los yonquis.
Quienes consideran que la prohibición de las sustancias que dejan estupefacto a quien las consume está basada en el prejuicio desconocen información que conviene actualizar: por ejemplo que a principios del siglo xx el 25% de los hombres chinos eran adictos al opio que los ingleses les llevaban de India, situación que motivó la convención de Shangai. De allí se sabe que estas sustancias “representan una grave amenaza para la salud y el bienestar de los seres humanos, y menoscaban las bases económicas, culturales y políticas de la sociedad”; así se afirmó en la Convención de 1988.
Al crear la JIFE, la estrategia de combate al uso indebido de drogas entró a operar en la forma que hoy conocemos y que combina dos grandes ejes de acción; uno de ellos limita exclusivamente a fines de orden medicinal la posesión, el uso, el intercambio, la distribución, la importación, la exportación, la fabricación y la producción de las drogas. Este eje nos interesa; porque permite notar que el Decreto, cuya redacción final ya está lista, no es ajeno a lo previsto desde entonces.
No deberían alarmarse las personas que se preocupan por la salud física y moral de la humanidad ante la formalización de una política prevista por ellos mismos; y exceden su optimismo quienes creen que lo que está en discusión es la despenalización de la marihuana en Colombia. El Gobierno ha sido enfático en que lo que se busca es “legalizar el cultivo y la transformación del cannabis como insumo exclusivo para productos medicinales y científicos”. Conviene leer la oración completa; no solo la parte que estimula nuestros deseos, que es la misma para los detractores y para los optimistas.
El decreto que se firmará en Colombia no es semejante a las políticas que recientemente se fijaron en Uruguay, Colorado, Washington, Alaska y Puerto Rico; contextos en los cuales se abrió paso al uso recreativo de la hierba; lo único que comparte con estos hitos históricos es que también toma en cuenta los resultados de investigación incluidos en el catálogo de publicaciones del Consorcio Internacional sobre Políticas de Drogas (IDPC), red mundial creada en 2007 y que, dado el escaso impacto de la guerra contra las drogas, se ha dedicado a promover el debate abierto y objetivo sobre el sentido y la eficacia de las políticas de drogas con el fin de concebir una reglamentación que, basada en la evidencia científica, reduzca efectivamente el daño que estas sustancias ocasionan.
La Junta y el Consorcio no son entidades del todo antagónicas: persiguen el mismo objetivo, solo que confían en estrategias diferentes. Nuestro decreto tal vez llegue a ser un interesante ejemplo de transición entre las convicciones que han sustentado a la Junta y las oportunidades que intuye el Consorcio respaldado en investigaciones que, por ejemplo, prueban las propiedades terapéuticas del cannabidiol – CDB (alivia el dolor, es antiinflamatorio, no es sedante, no intoxica), el tetrahidrocannabivarín – THCV (antidiabético relativo),  el cannabigerol – CBG (para el cáncer de próstata) y el cannabidivarín – CBDV (para la epilepsia).
El desarrollo farmacéutico de estas y otras hipótesis hace necesaria la regulación que está por firmarse. Además, constituye una posible oportunidad de negocio digna de consideración en estos momentos en los que la industria energética que sustenta la economía nacional atraviesa la crisis de la que ya todos somos conscientes.



[i] La JIFE (International Narcotics Control Board – INCB) integra lo que antes fue el Órgano de Fiscalización de Estupefacientes (creado a partir de la Convención para limitar la fabricación y reglamentar la distribución de estupefacientes de 1931) y el Comité Central Permanente de Estupefacientes (creado a partir de la Convención Internacional del Opio de 1925). Sus 13 miembros son elegidos por el Consejo Económico y Social de la ONU y ejercen sus funciones con total independencia respecto de sus gobiernos. Uno de sus miembros actuales es el profesor colombo estadounidense Francisco E. Thoumi quien dirigió el Centro de Estudios y Observatorio de Drogas y Delitos (CEODD) del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario desde agosto de 2004 hasta finales de 2007.
[ii] La Convención sobre Sustancias Sicotrópicas de 1971 y la Convención contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas de 1988 han actualizado las determinaciones fijadas allí; en abril de 2016 se realizará la Sesión Especial de la Asamblea General de Naciones Unidas sobre Drogas.

"Todo comenzó por el fin”. Cuando la obra de arte es la vida


El sábado pasado volví al cine. Medio día, un documental de más de tres horas. Ningún director consciente correría ese riesgo sin tener en sus manos la mejor jugada posible. Y así es, Luís Ospina se salió con la suya. El adjetivo “magistral” se justifica: el tiempo se pasó volando, no hay escena de más, no hay una toma que no aporte; cada detalle contribuye al objetivo. Una labor impecable.
Me llama especialmente la atención la familiaridad declarada, en el documental, entre la búsqueda de los cineastas caleños y la estética estadounidense que bien podría condensarse en la frase de Warhol: “mi obra de arte soy yo mismo”. Despierta mi interés porque realmente existe un límite vital en el que esa frase trasciende su egocentrismo aparente; hay un momento en que ese manifiesto se eleva hasta las dimensiones del yo poético y Luís Ospina alcanza en y con su documental ese momento. Apoyado en los hombros de sus compadres, corona el esfuerzo de todos con una obra de arte conmovedora: preciosa.
Son muchos los motivos de satisfacción que puede experimentar quien tenga la oportunidad de ver esa película. He de confesar que aunque he leído al menos dos veces la novela de Andrés Caicedo, solo después de ver el documental pude comprenderla en su tiempo, en ese mundo que la hace obra; al finalizar el documental pude concebir el peso específico de aquella novela en el campo general de la narrativa colombiana; incluso, su lugar en la Literatura.
También está la cuestión del guión en el ámbito especial del cine documental. Esa fascinación que supone el hecho de que una cosa es lo que está previsto en el guión y otra lo que dicta la realidad documentada; la tensión entre lo que se piensa y lo que es, ya lo verán sus espectadores, cumple la función de la cuerda que sustenta el ritmo de la obra y nos mantiene despiertos, atentos, fascinados.
Para los alcahuetes del amantazgo entre el cine y la literatura, sin duda, esta pieza provee todos los argumentos. Cada uno por su lado funciona; pero cuando están juntos y hacen el amor pueden desencadenar esos procesos históricos que ni siquiera la guerra consigue acallar. Vuelvo mi memoria a los contenidos del documental y me pregunto de dónde esta certeza mía sobre la presencia persistente de la literatura; y es que el espíritu de Caicedo atraviesa no solo toda la película, sino que es la marca que aglutina a la comunidad documentada; más que un grupo de amigos, el Grupo de Cali es una comunidad sustentada en la ausencia de Andrés Caicedo. Eso es la Literatura; la más poderosa fuerza aglutinante de una comunidad. Por eso quienes la desconocen le temen. Y también por ahí está la clave de la obra de Caicedo. Presiento que la historia de Que viva la música encuentra en el documental de Ospina un nuevo lente desde el cual ser leída.
Por ese mismo camino identifiqué también una exaltación al vínculo entre la búsqueda del arte moderno y los estudios culturales. Ese profundo apego a la cotidianidad me hizo recordar la frase título de Raymond Williams “Culture is Ordinary”. Este documental reitera con plena convicción la diferencia entre la “cultura” y los “medios oficiales”. Esto es más profundo que un tema de valentía o de ironía o de mofa o de irreverencia; se trata de una certeza poética, contundente: los medios oficiales no suelen hacer cultura; por lo regular, la obstruyen.
En 1912, Kandinsky escribía: “todo movimiento progresivo y ascendente debe realizarse con el sudor de la frente, con sufrimientos, malos momentos y penas”. La tensión que identificaba entonces el artista ruso era precisamente esta. El Grupo de Cali produjo cultura mediante un esfuerzo vehemente que logró transgredir los obstáculos que los medios oficiales han mantenido con persistente firmeza. El proyecto estético de apropiación de la realidad, para depurarla y darle forma, implica entrar en ella, sumergirse en ella, palparla, olerla, tragarla… Pero no para ahí. No sin esfuerzo llegó Mayolo a adquirir la apariencia del gran protagonista de la historia; fue él quien logró hacer en la televisión (una industria tan compleja y comprometedora), literalmente, lo que le vino en gana.
Cada cual hizo su aporte, Caicedo fue a la vanguardia y dio su vida para cohesionar el equipo, para mostrarles la magnitud de las fuerzas de sus oponentes; Mayolo, seductor y apasionado creador, conquistó la victoria. Ospina corona el éxito de la labor realizada. Una triada heroica, obligada a fabricar sus propios monumentos.
Lo que más me gusta del título es que se puede entender de diversas maneras y que encuentro en su fondo cierto deseo de eternidad: ¿cuál fin?, cuando el fin es el comienzo, ¿existe fin?
Documental 'Todo comenzó por el fin' de Luis Ospina | Señal Colombia