sábado, 25 de abril de 2020

El documental sobre Janis Joplin

Cómo (y para qué) transformar a una persona talentosa en un personaje decadente


Además de interesarme en la “minuciosa” manera en que Amy J. Berg construyó un particular retrato de la mujer blanca que con una emotividad desbordada cantaba blues en los 60’, la estrategia de marketing mediante la cual la industria cultural colombiana puso a circular esta película entre nosotros también llamó mi atención. En este artículo de corte crítico compartiré algunas curiosidades de la relación entre el contenido de la obra, su composición y su puesta a disposición del público. 

Dos horas antes de llegar al teatro tuve que sopesar si iría a ver la película o si seguía dedicado a mis asuntos. Dos fuerzas iniciales me presionaban a ir: una amiga muy querida, que en ese momento me llamó a invitarme, había comprado boletas para ella y un pequeño grupo de personas que –contando con nuestra afinidad política y nuestro modo de interesarnos por la cultura– ella supuso que tendríamos motivos para verla; su idea era compartir un momento con el ánimo de celebrar cierta situación que no viene al caso. Por otra parte, Janis Joplin es un elemento específico en un momento de la historia del arte que hace parte de mis intereses académicos inmediatos. 


Cuando le pregunté a mi amiga porqué había elegido esa peli, me respondió: “Janis es un «símbolo femenino de la contracultura de los 60’»; además, en la página web decía «Función única»”; después vi que la primera razón también era argumento publicitario. Estos argumentos de por sí no me resultaron convincentes; y tiene sentido, hoy noté un cambio en la publicidad: el número singular de “Función única” se transformó en plural; o sea que esta expresión fue interpretada por los estrategas de marketing con la libertad discursiva usual en el medio. Sin embargo, en mi pensamiento surgieron preguntas cuyo trámite se tornó irresistible: ¿qué es lo que en este contexto llaman un “símbolo femenino”? y, sobre todo, ¿por qué asignarle a Janis el rótulo de “contracultura de los 60’”? Además, me puse a pensar ¿qué interés puede haber hoy en divulgar cierta visión de la vida de un personaje considerado underground? 


Todos llegamos puntuales. Las luces se apagan; empieza la función. La composición del documental está basada en los recursos técnicos que más han impactado en el género: la sensación de polifonía en la administración de las fuentes y el aprovechamiento de material inédito traído de la época. Por medio de estos recursos, efectivamente, se documenta la configuración de un “símbolo femenino”. Para ello, acude a las tácticas ya prescritas en cualquier taller de escritura creativa (de estilo norteamericano): “Admiramos más a un personaje por lo que intenta que por lo que consigue”, es la primera regla de escritura de Estudios Pixar. La idea principal: persuadir al espectador hacia una sensación de realismo prácticamente incuestionable. Al final de la película queda uno deslumbrado… ¿Ahora que vamos a hacer con esta historia?, le pregunté al grupo de amigos cuando se encendieron las luces de la sala. 

Obediente en extremo, en su composición de un símbolo femenino, Amy Berg sitúa como principio estético el énfasis en lo intentado por la talentosa cantante, hasta omitir lo que realmente alcanzó. De hecho, pareciera que no alcanzó gran cosa; y que su máximo logro, en el plano artístico, se concretó justo cuando ya ella había “decidido irse”. De esta manera, se supone que se desmitifica la “leyenda” y se reduce a su “condición humana”. Un momento crucial en la desmitificación se da al situar una escena en la que Janis se refiere a una de sus parejas como alguien que la amó, justo antes de otra en la que ese mismo hombre, hoy canoso, afirma todo lo contrario. Esta marca discursiva ubica al espectador ante el abismo que separa a la leyenda –vista desde sí misma– de la mujer real –vista desde el otro–. Paradójico giro documental: ¿la leyenda es lo que alguien piensa de sí y lo real es lo que percibe el otro? 

En defensa de Janis, cuya vida aporta el contenido a la obra cinematográfica, considero justo señalar que me pareció valiente al decidir suspender su adicción cuando el arte encarnó el reclamo en su propio cuerpo; y, pese a que su producción musical no hace parte de mis costumbres ni de mis gustos, es evidente que sí logró una obra satisfactoria para ella misma como resultado de esa decisión. Contrario a la regla Pixar, eso es lo que más admiro en aquella artista luego de haber visto la película; incluso es posible que un día googlee ese sencillo y lo escuche detenidamente. Además, sospecho que la causa de su fatalidad no fue la adicción que incorporó a sus costumbres, sino la soledad que antecedió esa elección y persistió a ella hasta el último momento. 

En cuanto a la cuestión sobre el vínculo entre Janis y la contracultura, yo creería que es esa soledad lo que la sitúa ahí; una soledad que obedece a su singularidad: una mujer blanca que encontró en el blues la posibilidad expresiva adecuada a su emotividad. Aunque la película parece más inclinada a afirmar que la heroína está entre los peores enemigos del talento artístico: le reduce posibilidades de ganar el prestigio que merece.

El impactante contraste entre cánones de belleza radicalmente distintos, que se atreve a desarrollar la propuesta publicitaria del portal de Cine Colombia para ofrecer sus productos, contribuye a la construcción de lo que ellos denominan un “símbolo femenino”.

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